Vida microscópica que sobrevive al extremo: el hallazgo español que reescribe lo posible

¿Puede existir vida sin luz, sin oxígeno, en un medio tóxico y aislado durante décadas? La respuesta, sorprendentemente, es sí. Y no viene de un lejano planeta, sino de un almacén español donde investigadores del CSIC y la Universidad Autónoma de Madrid han encontrado bacterias vivas tras más de 30 años en un entorno que, hasta ahora, se consideraba inviable para la vida tal como la conocemos.

El descubrimiento redefine los límites de la vida y plantea nuevos retos en astrobiología y bioseguridad.

En mayo de 2025, este equipo publicó un estudio en la revista Microbial Genomics que desafía los límites de la microbiología, la astrobiología y la bioseguridad. En él, se describe cómo ciertas comunidades bacterianas fueron capaces de sobrevivir, adaptarse e incluso proliferar en bidones de plástico sellados que contenían agua pesada (D₂O), un entorno con escasa energía, sin aportes externos y altamente tóxico para la mayoría de formas de vida.

¿Qué es el agua pesada y por qué es hostil para la vida?

El agua pesada es similar al agua común, pero en lugar de hidrógeno, contiene deuterio, un isótopo más pesado del mismo elemento. Esta pequeña diferencia tiene grandes implicaciones: las reacciones químicas celulares se ralentizan, la estructura de las proteínas cambia y el ADN se vuelve más inestable. En otras palabras, el agua pesada es un ambiente hostil que daña la maquinaria molecular básica de la vida.

Pese a ello, los investigadores hallaron en estos bidones millones de bacterias por mililitro. Lo más sorprendente: las bacterias no estaban simplemente latentes, como ocurre en otros estudios sobre supervivencia microbiana en condiciones extremas. Estas comunidades se habían mantenido activas y, con el tiempo, evolucionaron para adaptarse a su entorno.

El plástico como fuente de vida

Aunque en un primer momento se habló de «vida sin nutrientes», es importante precisar que los microorganismos hallaron una fuente de carbono en el propio plástico del bidón, hecho de polietileno de alta densidad. El análisis genético reveló la presencia de genes relacionados con la biodegradación de plásticos, lo que sugiere que las bacterias fueron capaces de descomponer el recipiente y utilizarlo como única fuente de energía.

Este detalle no solo añade aún más mérito al hallazgo, sino que abre una vía de investigación muy prometedora sobre biorremediación: el uso de microorganismos para descomponer residuos contaminantes como los plásticos de un solo uso.

Cambios genéticos en cámara lenta

Uno de los aspectos más fascinantes del estudio fue la adaptación genética de estas bacterias. Al comparar sus genomas con los de cepas similares en entornos normales, se detectaron varios cambios significativos:

  • Genes más cortos, lo que reduce el coste energético de su expresión.
  • Proteínas optimizadas, que requerían menos recursos para su funcionamiento.
  • Mecanismos de reparación del ADN más robustos, necesarios para contrarrestar los efectos tóxicos del deuterio.
  • Adaptaciones en las membranas celulares, que les permitieron mantener la integridad en un medio que altera las interacciones moleculares fundamentales.

En definitiva, estos microorganismos no solo sobrevivieron, sino que evolucionaron de forma activa para vivir en un medio extremo. Esto contradice la idea de que la evolución requiere grandes poblaciones y tiempos geológicos: la presión selectiva puede obrar cambios relevantes incluso en pequeñas comunidades cerradas y con recursos muy limitados.

Vida más allá de la Tierra… y sin estrella

Este hallazgo tiene implicaciones directas para la astrobiología. Si las bacterias pueden adaptarse a un entorno cerrado, tóxico, oscuro y sin nutrientes externos durante décadas, ¿por qué no podría ocurrir algo similar en otros lugares del universo?

De hecho, este caso sugiere que la vida podría existir en planetas errantes, aquellos que no orbitan ninguna estrella y vagan por el espacio interestelar. Aunque carentes de luz solar, estos cuerpos podrían tener fuentes internas de energía (geotermia, radiactividad) y materiales básicos como agua o carbono.

Los modelos actuales de habitabilidad planetaria suelen centrarse en la zona habitable alrededor de estrellas, donde el agua puede permanecer líquida. Pero hallazgos como este obligan a repensar esos límites: quizá la vida no necesita un planeta como la Tierra, ni siquiera una estrella, para abrirse camino.

¿Y si estas adaptaciones las desarrolla un patógeno?

Este tipo de descubrimientos también exige una reflexión sobre bioseguridad. Si bacterias comunes pueden desarrollar mutaciones adaptativas extremas en condiciones tan inusuales, ¿qué podría suceder con microorganismos potencialmente patógenos en entornos artificiales como hospitales, estaciones espaciales, laboratorios o reactores nucleares?

Sabemos que muchos patógenos ya presentan mutaciones resistentes a antibióticos. Pero este estudio muestra que incluso el estrés ambiental prolongado y sostenido, como el aislamiento, la radiación o la presencia de compuestos tóxicos, puede inducir respuestas evolutivas potentes. Es decir, incluso en condiciones donde asumimos que la vida se detiene… la vida muta.

Por tanto, la vigilancia microbiológica en ambientes extremos debe intensificarse, y deberíamos ampliar el estudio evolutivo a bacterias que interactúan con entornos industriales o médicos. Las resistencias, adaptaciones y mutaciones no son sólo un problema clínico: también son una consecuencia ecológica y evolutiva de nuestra tecnología.

Conclusión: lo inesperado está más cerca de lo que creemos

Este trabajo del CSIC y la UAM es más que una curiosidad microbiológica: es una llamada de atención sobre la versatilidad extrema de la vida, su capacidad para adaptarse a lo imposible y la necesidad de revisar muchas de nuestras creencias sobre lo que significa un entorno habitable.

La vida no necesita mucho. Solo necesita tiempo, materia prima y una pizca de azar evolutivo. Y si eso es suficiente para sobrevivir en un bidón con agua pesada durante 30 años… quizá también lo sea para florecer en un cometa helado, una luna de Júpiter, o en la bodega olvidada de algún planeta errante.

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